De un artículo denominado Plétora congresista que fue publicado en el periódico santanderino El Atlántico el 13 de noviembre de 1892. No está transcrito en su totalidad, al considerar que el resto del artículo no guarda relación con el tema tratado en esta entrada.
Yo no he podido aguantarla más. En Huelva,
Congreso de Americanistas, que casi era el único procedente con la Exposición
simultánea de Madrid. En Sevilla, de católicos, que siempre están congregados,
según el mandato y promesa divina. En Madrid, el Geográfico, que de todo se ha
ocupado menos de geografía; el Pedagógico, el Artístico, el Literario, el
Jurídico, el Espiritista, y por fin y a la postres (al menos para mí), el
enciclopédico-industrial, en todos sus ramos, desde los que tocan a la planta
del pié, hasta los que elevan la punta de los pelos, y plus ultra. Así es que
cuando desfilaron por delante de la estatua de Colón y del Palacio de la
Exposición histórico europea y americana, donde me hallaba, los zapateros,
peluqueros, etcétera, etc, etc, no tuve valor para asomarme a una ventana;
habiendo tenido ya que sentarme varias veces con el vértigo, que días antes me
dio en medio de la calle de Hortaleza, y me puso a punto de subirme tres en una
silla, hasta mi cama. Y en la misma noche del domingo 6, tomé el tren sin que
ni en él me librase de nuevos amagos, hasta mi rincón del Ebro (Kant-aber), que
dio nombre a la amada tierruca.
Ya no es la primera fuga de esta clase.
Como Anteo cobraba nueva vida al caer en tierra, yo necesito el aire, el agua y
la luz de Cantabria para servirla de algo. El bombo me aturde; la muchedumbre
me marea; la atmósfera de los cafés me asfixia, y, bendito Dios, poco soy cuando
me considero; pero cuando me comparo, y comparo la parte nuestra en España, y
la de España en el mundo, por ella completo y hoy congregado a rendirla
homenaje, no la cambiaría por cuantas evoluciones de la humanidad en el tiempo
y espacio discurren filósofos, cacarean oradores y pregonan reclamos a cinco
céntimos la línea.
Aquí cuando llegaba cuando veo en El
Atlántico que la Alcaldía de Santander ha incoado expediente para que se
autorice el emplazamiento del proyectado monumento a Cantabria en el ensanche
de los muelles de Calderón, sin que perjudique el tráfico al puerto. De seguro
que no perjudica: lo acabo de ver palpablemente, como otros muchos, en la
Puerta del Sol de Madrid, donde la fuente central regula el movimiento de los
carruajes y protege la vida de las personas, que importa más. Y por delante,
detrás y a los lados de la estatua de Colón, en el Paseo de Recoletos, han
desfilado, el domingo 6, doscientas mil personas y algunos miles de carruajes,
sin el menor accidente; mientras que donde esos centros reguladores no existen,
como en la calle de la Montera, por ejemplo, se amontona la gente, se detienen
los carruajes y todo anda como el diablo quiere.
Luego, si ese monumento ha de servir de
algo, será de ejemplo y espuela, para que de Cantabria se diga siempre, como se
dijo hace dos mil años: Invictam, palmanque ex omni ferre labore. Y para eso es
menester que el ejemplo esté a la vista y a todas horas, en el sitio más
frecuentado de esta tierra. Aún debemos irnos preparando a dejar el ya vago
nombre de Montañeses, que apenas se comprende fuera de Castilla, insistiendo en
el de Cántabros, que nadie nos puede disputar, aunque muchos se arrimen a él.
Galicia, Asturia, Vasconia, conservan, apenas alterados, sus nombres propios y
antiguos. ¿Por qué no hemos de conservar el nuestro, no menos glorioso y más
conocido?. (...)
Proaño (Reinosa) 11 de noviembre de 1892
Ángel de los Ríos y Ríos (Cronista de la
Provincia)