viernes, 8 de marzo de 2019

::: (1906-1907) MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO ESCRIBE UNA CARTA AL AYUNTAMIENTO DE REINOSA AGRADECIENDO EL APOYO RECIBIDO EN LA CAPITAL CAMPURRIANA TRAS NO HABER SIDO ELEGIDO DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ~~~ EL MENSAJE DE SANTANDER Y LA RESPUESTA DE MARCELINO :::

El Cantábrico
24 de marzo de 1907
Crónica escrita por Higedo, alias del escritor campurriano Julián González Martínez.


Aunque no se menciona, esta carta enviada por el polígrafo santanderino a la entonces Villa de Reinosa se enmarca dentro los apoyos que recibió por no haber sido nombrado Director de la Real Academia de la Lengua, cargo que recaería en Alejandro Pidal. El 30 de diciembre de 1906 había leído un Discurso de acción de gracias al pueblo de Santander, contestando de esta forma al homenaje que le había ofrecido su ciudad en desagravio por su no elección del cargo citado. Esta carta dirigida al ayuntamiento reinosano, según el epistolario conservado del escritor santanderino, está fechada en Madrid a 14 de marzo de 1907.



Aquí el mensaje dirigido a Marcelino Menéndez Pelayo en nombre de la ciudad de Santander y que le fue entregado el 30 de diciembre de 1906 en su domicilio. Después pronunciaría el Discurso de acción de gracias.



El siguiente texto está copiado de aquí. Y aquí un artículo de 2006 publicado por El Diario Montañés relativo al tema, "que forma  parte de la historia cultural cántabra" según el periódico.

Señor Alcalde. Señores:

Quien recibe tan singular testimonio como éste, de pública estimación, de simpatía desinteresada, de noble y cordial afecto en que vibra el alma de un pueblo entero, movido por razones de índole espiritual y ajenas a las pasiones que dividen y enconan a los hombres, debe mirar este momento como uno de los más graves y solemnes de su vida. Imaginad lo que será para mí, que en vosotros veo, no sólo la representación siempre honrosa de una gran ciudad, sino de la ciudad mía; de la que siempre amé con amor indómito y entrañable; de la que enseñó mis ojos a ver y mi espíritu a pensar; de la que educó mi corazón y templó mi carácter; de la que rigió mi padre con la vara del magistrado municipal que veo en vuestras manos; de la que edificó mi madre con los santos ejemplos de su vida; de la que guarda en su tierra bendecida los restos de los dos, esperando a que con ellos vayan a unirse los míos. A esta familia, a esta casa, a cuantos llevaron dignamente el modesto y honrado apellido que me cupo en suerte, se encamina, más bien que a mí, y en ellos mejor que en mí recae, la presente manifestación, que es la más alta que un pueblo puede tributar a un ciudadano suyo. Yo, en nombre suyo, la acepto, seguro de que sus sombras se han de regocijar en este día.

Con vuestra presencia honráis hoy esta biblioteca, obra de mi paciente esfuerzo, única obra mía de la cual estoy medianamente satisfecho, y que acaso no existiría si no hubiese tenido por primer fondo los libros que comencé a reunir por tierras extrañas cuando la protección del Ayuntamiento y de la Diputación de Santander me proporcionó los medios de completar en otras escuelas de Europa mi educación universitaria.

Es rasgo de hidalguía en los montañeses no recordar los beneficios que han hecho, ni siquiera cuando acumulan a ellos otros beneficios nuevos. Persuadidos como nuestro prócer poeta del siglo XV de que «dar es señorío, recibir es servidumbre», a nadie hacen sentir el peso de tal servidumbre, en dichos ni en obras, y honrando al que recibe el beneficio, se libran del temor de hacer ingratos. Y yo lo sería ciertamente sino declarase en tan solemne ocasión como ésta, que gracias a aquel generoso arranque, quizás olvidado ya en Santander, de los que os precedieron en el regimiento de la villa y en la administración de su provincia, pude llegar a ser un modesto, pero asiduo trabajador de ciencia literaria, importar a España algunas novedades útiles, educarme en la gimnasia del método histórico-crítico, en que tanto comienzan a aventajarme mis discípulos, entender con más alto sentido lo español, y acrisolar el amor de la patria en el contraste con lenguas y literaturas extrañas. Si mi labor no ha sido enteramente desmedrada, si algo de ella merece vivir, sobre Santander quiero que principalmente recaiga ésta que sería temeridad y presunción llamar gloria, porque la gloria no habita las pobres y silenciosas moradas de los eruditos, sino los regios alcázares de la fantasía y del genio.

Aquí, donde sin hablar de regionalismo, le sentimos y le practicamos hondamente, tiene el vínculo patriótico que nos une un grado de fuerza y cohesión que en muchas provincias de España no se concibe siquiera. Un motivo acaso leve, una persona por cierto no la más meritoria, adquieren en ciertos casos un prestigio insólito, porque en él se suma con el valer personal, que puede no ser grande, el inmenso prestigio colectivo, labrado por la mano de sucesivas generaciones. Así la presente fiesta literaria, que por raro caso viene a hacer brotar las rosas de la primavera entre los hielos del invierno y los hielos de mi alma, no  es homenaje a mí, sino a la literatura montañesa de mi tiempo, de la cual por triste privilegio he venido a ser el decano cuando todavía pudieran estar entre nosotros, llenando de gloria a nuestro pueblo con obras, inmortales, dos varones verdaderamente preclaros, únicos dignos de ceñir la corona de laurel y roble que para ellos tejieron las adustas y selváticas deidades de nuestros montes. Ellos cumplieron mejor que yo con la deuda sagrada de emplear en servicio de la tierra natal la mejor parte de su obra. Las creaciones del uno, timbre imperecedero del realismo español; los cuadros que trazó de la Cantabria agreste y marinera, van logrando carta de ciudadanía en todas las literaturas del mundo. La obra del segundo, prolija, paciente, sabia, menos accesible a la común lectura por el artificio refinado de su estilo, apenas ha traspasado los linderos del país natal, pero su semilla ha prendido en algunas almas capaces de comprenderla, y está destinada, sin duda, a un género de inmortalidad, no por recogida y modesta, menos envidiable.

Hoy que la vida intelectual renace entre nosotros (¿y quién ha de dudarlo en vista del acto presente, grande y significativo en sí, no por la persona a quien se dirige?), tributemos un piadoso recuerdo de admiración al gran novelista don José María de Pereda, cuyo monumento debe alzarse pronto en Santander, como lo reclaman los votos de todos los españoles de ambos mundos; y al delicadísimo y profundo poeta don Amós de Escalante, que en Costas y Montañas nos dejó el libro clásico de nuestra geografía y de nuestra historia, y que en Ave, Maris Stella realizó el prodigio de dar voz a nuestros antepasados, y recoger «la varia y generosa poesía que yace manifiesta u oculta en las antiguas leyes, en las costumbres, y en el paisaje sublime de la nativa tierra.»


M. Menéndez y Pelayo.

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