Artículo: ¿Duerme la Montaña?
Autor: Pedro Sánchez y Sánchez de Merodio
Periódico. El Correo de Cantabria
Fecha: 18 de septiembre de 1893
Se publicó este artículo primeramente en el periódico sevillano La Unión Mercantil e Industrial, cuyo director era el propio Prudencio Sánchez y que había fundado en 1882. Era este hombre natural de Molleda (Val de San Vicente). En El Correo de Cantabria de 27 de agosto de 1890, en una carta dedicada a Sotero Roiz y Alfredo del Río, propietario y redactor-jefe del citado periódico santanderino, se calificaba así mismo como "un cántabro que cifra su gloria en no manchar nunca el nombre de La Montaña con acciones indignas o censurables."
¿DUERME LA MONTAÑA?
¡Manes sagrados de los cántabros invencibles; memoria veneranda de los que con sus hermanos los astures pelearon gloriosamente en Clavijo, en las Navas, en Sevilla, en Jérez, en Cádiz, en el Salado y en Granada; ilustres descendientes de los que triunfaron en el combate naval de la Rochela, de los que sostuvieron guerra encarnizada con Eduardo de Inglaterra, de los compañeros de Colón, de Hernán Cortés, de Pizarro y de todos aquellos legendarios héroes que plantaron la bandera de Castilla sobre las elevadas cimas de los Andes, como antes lo hicieron sobre las cúpulas de las torres de Amberes…! ¿Dónde estáis?¿Qué ha sido de vuestra progenie?¿Qué se hizo de sus guerreros, de su independencia, de su valor y de los sabios que ilustran la Cantabria con las ciencias y las artes?.
Y concretando la memoria a los tiempos modernos, ¿qué ha sido de Ramales, del pueblo que decidió, a costa del incendio, del saqueo y de la sangre de sus moradores, el famosos Abrazo de Vergara, cimiento y columna de los que en nombre de la libertad mal entendida esquilman y arruinan a la patria española?¿Qué es de Potes, la antigua Potens, la poderosa, que tan brillante papel desempeñó en la epopeya de la Reconquista, y que, siguiendo el recuerdo de sus triunfos, sirvió de cuna al 7º Regimiento, comandado por el intrépido Díaz Porlier, y cuyos soldados quería Wellington que aprendiesen todos los hombres a pelear con la Patria en el memorable combate de San Marcial?¿Cuál ha sido el premio de sus hazañas cuando con astures y cántabros de las montañas y de las costas se lanzó desde los escarpados Pirineos sobre las llanuras de Castilla, acosando a los hijos de Agar hasta arrojarlos más allá del Estrecho? ¿Cómo premia hoy el poder público a los que lo mismo en los tiempos de Alfonso I que después, y señaladamente en la formidable guerra de la independencia española, hicieron de aquellas sagradas montañas baluarte invencible, jamás hollado por invasores, no obstante los ataques de Soult, de Bonnet, y de Rognet, afamados generales del Capitán del Siglo?
Siguiendo el curso de nuestras ideas, ved ahí, montañeses, a San Vicente de la Barquera, la que supo ganar en mil combates los antiguos títulos de muy noble y muy leal; la que llevaba la dirección de las marinas de Cantabria, y después de vencer al poderío inglés, ajustaba paces con extranjeras naciones y obligaba a las ciudades de Castilla a dar prestaciones para construir el renombrado puente de 32 arcos sobre su poética bahía. Pero hoy...el ángel del mal ha tendido sus alas sobre estos pueblos, como sobre todos los de la indomable Cantabria; un genio destructor ha sembrado la devastación y la muerte donde antes reinaban la vida y la alegría; pueblos desolados; campos baldíos; gentes encorvadas contra la tierra improductiva; agentes del Fisco auxiliados de fuerza armada para incautarse de restos de perdidas cosechas; mujeres de rostro arrugado y exterioridades de ancianas decrépitas, cuando no han llegado a los veinticinco años.
Y como coronamiento de tantas desdichas, una población que sucumbe al imperio de rudas tareas, que trabaja maquinalmente, sin poder alimentarse ni vestirse, y que parece como enajenada de los fueros de la razón, idiotizada, pudiera decirse, a fuerza de sufrimientos, desgracias y calamidades.
Así vive, si a eso puede llamarse vivir, y tan perdida tiene la noción de lo que fue, que sus moradores pisan la cenizas de sus antepasados, sin distinguirlas del polvo del suelo, sin que evoquen en el alma los ejemplos de imitación que debieran seguir.
No; no queremos recorrer con el pensamiento las comarcas de aquella región que fue madre de preclaros varones defensores de sus derechos, de sus cartas-pueblas y de su alto renombre. ¿Para qué hacer una larga excursión? Basta los ejemplos presentados, cuya suerte, con ser desdichadísima, no llega aún al abatimiento de las aldeas.
¿Duerme la Montaña?¿No habrá quien la despierte de su letargo?¿Abrirá los ojos cuando ruede el fondo de la sima abierta junta a ella? ¡Desdichada provincia! ¡Quién sabe si antes de poco tiempo estará yerma absolutamente, sin que reciba la planta de otros seres que las de aquellos que de lejanos países vengan a contemplar las ruinas hacinadas por los años, ansiosos de esclarecer dudas históricas! Sí; este será el fin desdichado de España, cuya muerte empezará en el Septentrión y acabará en el Sur, si antes no se detienen los hombres que la gobiernan. Mucho más poderosas fueron Níneve, Babilonia, Palmira, Trigranocerta, Pérgamo y Rodas, las cuales han desaparecido para no levantarse jamás. Los pueblos que se entregan al destino fatal, sucumben y desaparecen.
Forman, en efecto, un contraste doloroso lo que fue la Cantabria y lo que es en los últimos años del siglo XIX. Antes no trataba nunca con sus adversarios sino después de haberlos vencido; hoy todo son humillaciones y oprobios. No hay seguramente otra provincia en España que se halle tratada por los Gobiernos con el desprecio y mala voluntad que usan con la Montaña.
Calificada de primera clase para las tributaciones, y no pudiendo llenar sus recursos las inmensas fauces de Fisco, la necesidad imperiosa del hambre obliga a los montañeses a romper los sagrados lazos del amor a la patria para huir a remotos países que ellos enriquecen con su actividad y su inteligencia. Así cunde la despoblación, aumenta la ruina, se esparce la miseria con sus cruentos cortejos por aldeas y campos, y si alguna vez exhala quejas de dolor, o se la desprecia desdeñosamente, o se le responde con circulares de que serán tratados como criminales en el momento en que se nieguen a satisfacer las contribuciones.
¿Duerme la Montaña? Si está despierta, ¿por qué tolera tantas injusticias?¿Qué hacen sus representantes?¿Para cuándo aguardas sus bríos?. Propuestos los Gobiernos a tratar la provincia de Santander como país conquistado, arrebatáronle primero los bienes de propios de sus concejos, sus montes, pastos y dehesas boyales, con cuyo despojo se consumó la ruina de sus habitantes, porque necesitando combustible para soportar las heladas del duro invierno y medios de continuar la cría de ganados, única riqueza de la región cantábrica, la vida se hace imposible para el pobre labriego.
Igualadas las provincias de primera clase en todos cuanto se relaciona con los tributos, la mayoría de los montañeses tienen que privarse hasta del mísero pan de maíz para abonar las cuotas a los recaudadores de impuestos; y aún quedándose sin comer y sin vestirse, las fincas van pasando por miles a manos del Fisco. No se concibe mayor monstruosidad, mayor aberración económica que la de clasificar de primera aquellos terrenos, cuando producen los mejores, bastante menor rendimiento que los de tercera en otras provincias.
Más no pararon los cosas ahí. Propuestos los gobiernos a reducir el estado de parias a los montañeses, quitaron a la capital las líneas directas de los vapores correos de Cuba y Puerto-Rico, olvidándose que si la Gran Antilla no ha caído ya en poder del filibusterismo, débese en gran parte a los trabajos titánicos de los montañeses, que con sus vidas, con sus escritores y con su patriotismo, decidieron las eternas luchas de los enemigos de España a favor de la augusta matrona que tenemos por madre adorada y querida.
Los montañeses han visto arrasadas sus casas y han experimentado toda clase de males por ayudar a la causa del progreso y de la civilización contra las huestes carlistas del Norte. Cuando toda España se hallaba en su mayor parte bajo las garras de los facciosos, y la misma reina doña María Cristina de Borbón se lanzaban a negociar tratados con el infante rebelde, los santanderinos demuestran que es posible vencer a los pujantes ejércitos del Pretendiente y sellan con su sangre el amor a la Constitución, preparando por sí solos y cubriéndose de gloria en la memorable batalla de Vargas. Iríamos demasiado lejos si hiciéramos la relación sucinta de los sacrificios que en las guerras civiles ha hecho la Montaña.
Y en pago de sus eminentes servicios, nuestros Gobiernos privaron a Santander del embarque de harinas para Cuba y Puerto Rico, medidas económicas que han arruinado los valles de Toranzo y Villacarriedo, además de cerrar para siempre las innumerables fábricas de toda la cuenca del Besaya. Una visita por las márgenes de ese río, antes emporio de riqueza, lleva al ánimo un dolorosísimo sentimiento, viendo acá y allá fábricas derruidas, artefactos destrozados en las márgenes, caminos convertidos en zarzales y malezas…
Pocas serán las provincias de España cuyos ferrocarriles no se han construido con grandes subvenciones del Estado: en la Montaña no hay más vías férreas que las abiertas con el patriotismo de sus hijos. El Ferrocarril de Isabel II, el de Solares, y el Cantábrico (en construcción) débense exclusivamente a los montañeses. ¿Qué se proponen los Gobiernos?¿Es acaso que intentan borrar del mapa la provincia de Santander y su querida capital?¿No se gobierna más que para lastimar los intereses de Cantabria?¡Error inconcebible!.
A la capital del Cantábrico se ha despojado de la Escuela de Comercio, de la Escuela de Naútica, del Gobierno o capitalidad marítima que desde tiempos por antiguo poseía, y de las fuerzas del ejército que guarnecían la ciudad. Después se quitó a la provincia los juzgados de Laredo y San Vicente de la Barquera; y últimamente el de Ramales, Potes y Villacarriedo. Ya dijimos que los lebaniegos tendrán que recorrer veinte y dos leguas de ida y otras tantas de vueltas una simple declaración judicial. ¿Son parias esos pueblos?¿Hay quién les obligue a costear los servicios de las demás provincias cuando se les niegan los indispensables que ellas necesita? Y lo mismo se ha hecho con los peatones de correos, no sabemos si suprimidos con objeto de que Santander no se comunique con ninguna región del Mundo.
Tales son los beneficios que debemos a los Gobiernos mediocres, y tan es el premio concedido a los que no alborotan, ni perturban el orden, ni hacen tumultuarias manifestaciones. Hecha la historia de los graves daños inferidos a la provincia de Santander, solo nos resta excitar el patriotismo de sus hijos; pedirles que despierten; que se inspiren en las glorias legendarias de sus padres; que se unan en un apretado haz para la defensa de sus derechos desconocidos; que procuren el auxilio de sus hermanos los asturianos, también desatendidos gravemente, porque Santander y Oviedo se complementan y se necesitan mutuamente, y que recaben de quien corresponda la reparación de tantas injusticias.
¡Alerta, montañeses! Y no confíen demasiado los que provocan sin consideración a los habitantes de la Cantabria.